@Cococerrella terminó en la cárcel, pero por decisión propia! Desde hace unos años enseña un taller de diseño gráfico a cientos de reclusos en el Centro Universitario de Devoto. En esta charla, él nos cuenta sobre los impresionantes resultados que tiene la educación en la vida de estas personas. Diseñador Gráfico y docente universitario.
Comenzó a dar clases en 2007 en la Universidad de Buenos Aires, donde también dictó talleres y cursos sobre Diseño de Identidad Visual y Afichismo Social para estudiantes y graduados. Nació en 1977 en Buenos Aires, ciudad en la que creció y vive. Actualmente, está a cargo de dos talleres de Diseño Gráfico en la Cárcel de Devoto, en el marco del Programa de Educación en Cárceles UBA XXII.
En 2011, comenzó a diseñar afiches con su propia voz, y difunde así mensajes sobre Derechos Humanos y temas de relevancia social. Sus trabajos han sido reconocidos por numerosas organizaciones internacionales y exhibidos en más de treinta y nueve países.
Desde 2012 hasta 2016, coordinó el Departamento de Comunicación de la ONG Ingeniería Sin Fronteras Argentina, donde encontró que con el Diseño Social también es posible tender puentes y construir un mundo más equitativo.
– ¿Qué te inspiró a realizar este proyecto de diseño social?
Como diseñador gráfico me costó muchos años vincular mi profesión a cuestiones sociales. Si bien venía publicando mis carteles sobre Derechos Humanos y en paralelo enseñando diseño en la Universidad de Buenos Aires, cuando me enteré que se podía dar clases en una cárcel entendí que era desde allí que podría realmente construir y cambiar algo de este mundo tan desigual. Dar clases en un contexto tan adverso me cambió la vida. Ya pasaron más de 6 años de ir todas las semanas y cada vez estoy más convencido del proyecto. Pero no es una fe ciega. Al año y medio de haber comenzado hubo resultados concretos: Un grupo de detenidos de la cárcel de Devoto conformaron una cooperativa de imprenta para autogestionar su propio trabajo. Esto implicó enseñarles software profesional y tecnología gráfica, y fue para mí la prueba de que esta locura era posible.

– ¿Qué es lo que más te ha sorprendido?
La cárcel es una radiografía perfecta de la desigualdad. El último eslabón de un sistema roto. La enorme mayoría de los detenidos son personas de barrios marginales, expulsados del sistema. Me sigue sorprendiendo primero, la ignorancia que tenemos la clase media acerca de la pobreza. Creemos que sabemos y opinamos, pero la realidad profunda no se puede conocer desde el sofá de casa. Hay que estar, escuchar, conocer y ser parte activa de las transformaciones que uno desea. Otra cosa que me sorprendió muchísimo fue que a pesar de que mis alumnos nunca habían diseñado, en pocas clases podían hacer carteles muy fuertes y conmovedores, sin mayor tecnología que un lápiz y un papel. Algunos de estos afiches fueron expuestos en la Bienal iberoamericana de Diseño, en el Museo de Diseño de Lisboa e importantes galerías de Buenos Aires. No hay palabras que puedan expresar mi orgullo y emoción.
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– ¿Qué aprendizaje rescatarías?
Aprendí mucho, pero principalmente que los gritos más fundamentales de la dignidad humana, siempre están en los márgenes de la cultura y que como profesionales de la comunicación es nuestra responsabilidad darle visibilidad a la desigualdad. Aprendí que la mejor política de seguridad posible es brindar oportunidades a tiempo. Cuando los presos estudian, aprenden un oficio y se los trata con dignidad la reincidencia al delito baja drásticamente. Aprendí que con el Diseño Gráfico también se puede construir una sociedad más justa.
– ¿Futuros proyectos?
Sueño con incorporar la Carrera de Diseño Gráfico en la cárcel. Estamos trabajando muy fuertemente en lograr qué salgan con un título universitario y puedan elegir el diseño gráfico como un nuevo camino posible. Es realmente difícil de lograr, pero no es imposible, y si no es imposible debemos intentarlo.
– ¿Qué anécdota te gustaría compartir con la comunidad de Diseño Social EN+?
Uff… tengo muchas! Hace un tiempo empezó a venir al taller un hombre de unos 40 años, enorme, pelo largo negro, con un ojo lastimado y manos de roca. Nos dejó admirados con su diseño. Él miraba sorprendido, escuchando nuestros elogios. Después, tímidamente nos confesó que él tampoco sabía que tenía ese don. “¡¿Pero nunca habías dibujado?!” le pregunté incrédulo. “No, nunca había dibujado”. Sólo le había faltado la oportunidad de hacerlo. Siempre me pregunto cuántos talentos como él estarán durmiendo en las calles de Buenos Aires.
«Gustavo parece perdido. Es uno de mis nuevos alumnos en la cárcel. Tiene mirada animal. Es fácil imaginarlo feroz. Pero ahí, en mi clase, es un niño. Parado, mira sin rumbo. Le brillan los ojos grandes. Su cara y su cabeza están surcadas por cortes toscos y profundos. No llega a los 30 años. Está aprendiendo a leer.
Me contó del paco, del barrio, de sus hermanas y su mamá. Del llanto, de la culpa, del robo y el frío. Aún cuando sonríe se percibe miedo y tristeza.
Le costó muchísimo concentrarse. Su afiche es un dibujo de la Villa 31, su barrio. La autopista divide los edificios dibujados a mano, de los edificios hechos con regla. Y en esa sutil metáfora de la desigualdad, Gustavo me dejó conmovido. Tan inocente. Tan auténtico. Le dije que su trabajo me encantaba.
Lo ayudaron a escribir su nombre, y como un niño, me lo regaló»
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Mariano Cerrella «Coco»
(ver publicación en su Facebook personal)