Una ensaladera para lavar la lechuga puede converirse en una centrifugadora de laboratorio por menos de 30 euros. Un clip de plástico permite administrar la dosis justa de medicamento con una jeringuilla. Mientras que una lámpara de diodo puede tratar con éxito a los recién nacidos que nacen con un exceso de bilirrubina. Así, con imaginación, un grupo de estudiantes estadounidenses busca grandes soluciones a problemas de salud que acechan a los países más pobres.
Lila Kerr y Lauren Theis con su ‘ensaladera-centrifugadora’.| Science
La iniciativa nació en la Universidad de Rice (EEUU) y acaba de recibir un premio de la revista ‘Science’ por contribuir al desarrollo de la salud global del planeta.
El programa ‘Más allá de las fronteras tradicionales’ anima a estudiantes de primer y segundo año de carreras tan distintas como Ingeniería o Biología a usar su imaginación para diseñar tecnologías que puedan emplearse en entornos de pocos recursos. De manera que, como explican los profesores, el módulo logra un doble objetivo: fomentar la creatividad de los alumnos y que su motivación se convierta en aplicaciones reales.
Por eso, algunos de los estudiantes de este peculiar curso han tenido incluso la oportunidad de viajar a países del Tercer Mundo para explicar el funcionamiento de sus inventos y ponerlos en marcha allí donde más falta hacen. Porque, como reza un proverbio haitiano:
“No se aprende a nadar en una biblioteca, se aprende a nadar en el río”.
Antes de empezar con los diseños, el curso muestra a los alumnos de Rice la realidad de algunos de los problemas de salud que acechan al Tercer Mundo, como el cáncer de cuello de útero, el VIH o la tuberculosis. Además, les ofrece las herramientas necesarias para poner en marcha sus ideas, teniendo en cuenta las limitaciones que existen allí donde se van a llevar a cabo; como la falta de electricidad o la temperatura adecuada para conservar las vacunas.
Algunos de los ejemplos reales que han salido de este programa, pueden presumir incluso de haber sido publicados en revistas científicas de impacto. Es el caso de la lámpara de diodo para tratar la ictericia de los recién nacidos, y que por sólo 100 dólares es tan eficaz como las luces de 6.000 dólares tradicionalmente disponibles en los hospitales tal y como se desprende de un estudio publicado en el ‘American Journal of Tropical Medicine’.
SALLY CENTRIFUGE
Lauren Theis y Lila Kerr han realizado un ingenioso bricolaje con un tornillo, algunas tapas de plástico, peines, envases de yogur y una pistola de pegamento caliente. El resultado es “Sally Centrifuge”, un separador de sangre y plasma que funciona a mano.
Este sencillo diseño podría ser una herramienta de valor incalculable para las clínicas del mundo en desarrollo, ya que permitiría la separación de plasma y glóbulos rojos para detectar enfermedades sin necesidad de electricidad.
Las estudiantes han probado que su centrifugadora puede separar tubos de 15 ml de sangre en plasma y glóbulos rojos pesados, después de girar tan sólo 10 minutos. En ese tiempo, Theis y Kerr son capaces de medir el hematocrito del paciente (proporción de glóbulos rojos en el volumen total), lo que puede indicar anemia. La anemia en sí no es mortal, este indicio puede apuntar a otras enfermedades como el VIH, la desnutrición o la malaria.
El dispositivo hace girar los tubos hasta las 950 rpm. Los resultados obtenidos son comparables con los logrados con una ZIPocrit, una mini-centrifugadora de hematocrito que funciona con pilas y de las pocas que son portátiles. La ZIPocrit gira hasta 10.000 rpm y completa su tarea en cuatro o cinco minutos.
Pero la “Sally Centrifuge” tiene otras ventajas. Además de no necesitar electricidad, puede girar hasta 30 tubos a la vez, mientras que la ZIPocrit sólo puede con cuatro. También han demostrado que es bastante robusta, ya que todo está fabricado en plástico duradero. Y lo más importante: es barata, menos de 25 €, frente a los 250 € de la versión a pilas.
La centrifugadora Sally, junto con sus creadoras, tendrá su primera experiencia en el mundo real este verano, cuando las chicas pongan a prueba el dispositivo en clínicas rurales de Ecuador, Swazilandia y Malawi.
“Estas estudiantes han hecho un trabajo asombroso de una manera muy simple, con materiales de bajo costo y creando un dispositivo de investigación que muestra perfectamente los niveles de hematocrito en la sangre”, afirma su profesor de Ingeniería en Tecnologías de la Salud.
“Muchos de los pacientes atendidos en las clínicas del mundo en desarrollo están anémicas, y es un problema de salud grave. Ser capaz de diagnosticar sin electricidad, con un dispositivo que es extremadamente ligero, es muy valioso.”
OTROS EJEMPLOS DE DISEÑO SOCIAL
Kelley O’Connor, viajó a Haití a mostrar el funcionamiento de su ‘laboratorio portátil’ o dos de sus compañeros, que se desplazaron a Malawi para demostrar cómo funciona el sistema de alimentación intravenosa para bebés que aporta la cantidad de suero necesario, evitando sobredosis en un entorno donde las enfermeras tienen que cuidar de hasta 50 o 60 bebés a la vez.
‘Jeringuilla con la dosis justa’ diseñada por Benjamin Lin.
Desde 2006, esta ‘ciencia sin fronteras’ ha dado lugar a 58 tecnologías diferentes, algunas de las cuales se emplean ya con éxito en países como Haití, Ecuador o Swatzilandia. En este país africano ya utilizan, por ejemplo, la ‘jeringuilla con la dosis justa’ diseñada por Benjamin Lin y que permite entre otras cosas, administrar antirretrovirales con precisión a niños con VIH o la cantidad exacta de morfina que necesitan pacientes terminales.
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