Antes de iniciar nuestro viaje a India nos advirtieron: “No intentes comprenderla, simplemente vívela”. No resultó demasiado difícil, ¿acaso comprendemos la sociedad que hemos construido en Occidente? Os dejamos un breve borrador de algunas de las desordenadas reflexiones que nos ha despertado este viaje.
Lo primero para viajar a la India es olvidar todo lo que la gente te ha contado o has leído. Solo tú mismo puedes averiguar qué es para ti. Y todas las respuestas son válidas. A India no se viaja a conocer, se viaja a cuestionar lo aprendido. A cuestionarte. Quien llegado a este punto se sienta incómodo, temeroso, mejor que se dé la vuelta y elija otro destino. India es un viaje perturbador, agitador de conciencias aletargadas.
Muchos occidentales viajamos a India en busca de claves para entender cuestiones que tienen que ver con el sentido de la existencia. Confiamos en que en algunos lugares de este antiguo subcontinente pueden hallarse esos conocimientos que hemos despreciado. Aquellos que nuestra cultura ha prescindido de enseñarnos.
Pero lo que aprendes, si algo aprendes, es que las respuestas están dentro de uno mismo si se tiene la paciencia de observar. Solo se desvelan ante ti justo cuando el “yo” desaparece. Perderse es el punto de partida. Es la clave. Y es a lo único a lo que puede ayudarte India.
La globalización, el mercado, lo material… lo ha eclipsado, lo ha contaminado todo. La globalización ha reducido los elementos culturales a folklore, los ha convertido en productos, porque los productos se pueden vender. Toda la sabiduría de Oriente, su sentido de la espiritualidad, sus ritos, sus creencias, se han convertido en espectáculo para turistas.
¿Pero acaso nuestra propia cultura no se ha convertido también en un producto?
No todo ha sido profanado. Por eso es importante adentrarse en aquellos territorios más allá de lo que nos ofrecen las guías. Hace falta demorarse en la contemplación y dejarse seducir por su legado, experimentar sus emociones y leer a sus autores.
El turista normalmente no viaja, tan solo se “traslada” de un lugar a otro, sin experiencia de cambio. Estamos acostumbrados a viajar sin exponernos, sin ofrecernos al embate de lo distinto. Viajamos simplemente para comprobar con nuestros propios ojos, para fotografiar con nuestras propias cámaras, lo que ya vieron nuestros ojos en libros y documentales. Viajamos por fuera. Obviamos por dentro.
Al regresar del viaje, en los días siguientes, es cuando tomamos conciencia del alcance de lo recibido. Y nada tenía que ver con lo esperado, visitado o fotografiado.
“¿Cuánto de lo que hacemos lo hacemos por hacerlo y cuánto para contarlo? ¿Qué de nuestra vida está vivido y qué está fotografiado y empaquetado para vivirlo después, cuando pueda ser comunicado? ¿Cuánto de auténtico viaje hay en nuestra vida y cuánto de turismo?·, se pregunta acertadamente la escritora Chantal Maillard.
Al mirar las fotografías que realizamos durante el viaje (y que acompañan al texto de este post) parecen tan solo una burda reproducción de una experiencia que no ha sido captada. Que no podrá ser revivida a través de ellas.
Es cierto que las ideologías han pervertido el camino espiritual. Las religiones han confundido la necesidad de sentido y de conocimiento interior con la necesidad de paliar el desamparo. Pero poco tiene que ver el deseo de conocimiento con el miedo, más bien todo lo contrario.
Las teologías se inventaron para aplacar el miedo, pero el que quiere conocerse ha de saber saltar más allá. Saltar fuera de lo aprendido, fuera de los caminos trazados, fuera de lo aceptado. Si India sigue siendo un referente es porque sus métodos de enseñanza espiritual no alimentaban ninguna creencia, sino que, por el contrario, enseñaban a salirnos de ellas.
Si algo nos enseñó la cultura india es que hay maneras de mirar hacia dentro. De calmar la mente para, así, averiguar en qué consiste su naturaleza. Esta es la gran enseñanza del hinduismo y del budismo, y aún es posible aprender de ello.
Si bien todos los viajes que nos cautivan son una aventura y un descubrimiento, hay algunos donde esa idea se materializa de tal modo que, realmente, se convierten en un pasaje de ida hacia reflexiones nunca exploradas; pliegues morales que no te habías parado a cuestionar, como la primera vez que pruebas un sabor o sientes un dolor. Es un despertar emocional y moral.
Cuando todos los principios de organización social son cuestionados, India te enseña que, quizás, aquellas cosas que criticas de su sociedad deberías empezar a cuestionártelas en la tuya.
Hubo un tiempo en el que la noción de frontera iba inevitablemente unida a la de horizonte. Cualquier viajero puede percibir la poesía de contrastes, la permanente revelación, el prodigio que emerge de sus ritos, independientemente del gusto de cada cual por las filosofías orientales. Pero somos aquellos con más hambre, con necesidad de alzarnos más allá, los que realmente podremos traspasar las fronteras interiores que habitamos. Los que permitamos que India nos saque de nuestro refugio.
Conscientes de haber sentido esos espacios ambiguos en los que las sensaciones exteriores se engarzan con las más íntimas, en los que cada rincón encuentra un trocito de alma como aliado, descubrimos que India deja al intruso, un poco desorientado a su llegada y completamente entregado en su partida.
“Las piras arden muy cerca del agua. Los hombres miran. No esperan. Nadie espera. Nada ni nadie aquí espera nunca. Simplemente se está. El muerto consumiéndose en su lecho de brasas, los hombres de pie sobre el barro […]. Retiran los troncos ennegrecidos que servirán, tal vez, para otro fuego. Nada se pierde. Lo vivo nace de lo muerto”. Chantal Maillard
India es un lugar que te proporciona distancia y enfoque; diferentes puntos de partida para trazar caminos hacia tu interior. El peligro de la mente occidental, que lo interpreta todo, impide ser en el presente, en lo inmediato. No hay verdad más inclusiva que la conciencia del instante, del latir de lo cotidiano.
El arte, la escenificación, permite franquear las barreras de lo individual y te impregna el placer de lo trágico, pudiendo convertirse lo representado, lo creado, en un medio para alcanzar la compasión y la empatía. Es una especie de remanso, una parada en el camino que nos aligera de prejuicios.
En India lo sagrado se toca, se ve, se huele; lo sagrado se percibe y se usa, se utiliza. Lo sagrado es sagrado cuando se utiliza y, precisamente, cuando se utiliza. Son sagradas las aguas del río, y en ellas se lava la ropa, se asean las personas, se hacen ofrendas, se bañan los pies de los muertos y se esparcen sus cenizas…
La conciencia de lo sagrado es ante todo reconocimiento de los seres; la conciencia de lo sagrado es respetuosa atención, aprendizaje no tanto de lo otro como de lo común, lo que a todos nos pertenece.
Hay una diferencia fundamental entre la pertenencia y la posesión. Pertenecer va asociado a compartir; poseer, a excluir. Y los espacios sagrados no se poseen, se comparten.
“Los lugares nos quitan y nos dan su fuerza, pero cuando alguien logra vislumbrar su propio centro se convierte en lugar para sí mismo y para otros”. Chantal Maillard
India nos anima a volver la vista hacia esas economías de subsistencia, hacia esas sociedades ágrafas, economías circulares capaces de respetar los ciclos de la naturaleza, el ecosistema del que se sienten parte y al que no osan degradar ni romper porque forman parte de su divinidad y su vida espiritual.
La vida es algo más y mejor que aquello en lo que la hemos convertido en las ciudades del mercado global. Merece la pena realizar este viaje que requiere tiempo y un espíritu en calma. Hace falta calma para apreciar en toda su magnitud la lucidez de las reflexiones y las inflexiones. Hace falta calma para acercarse a unos valores que te hace repensar los propios.
A pesar del sabor a pasado, tanto Oriente como en Occidente comparten el deterioro de una cultura ancestral, la pérdida de su esencia al entrar en contacto con los valores “del mercado”. El mercado necesita esclavos, consumidores y productores, e India ofrece las tres cosas y en abundancia.
Más allá de la espiritualidad, está el dolor. Disfrutar India implica ser cómplice de la aceptación, de la frustración, del dolor de tantos ante un presente aún esclavizador, usurpador de derechos.
Hay una India que se beneficia del contacto con Occidente y otra India que se ha visto empobrecida, silenciada, eliminada o neutralizada. La desigualdad entre los pobres y los ricos aumenta y casi como en cualquier lugar del mundo se produce el abandono y la evacuación de las poblaciones rurales empujadas hacia los cinturones de miseria de las grandes ciudades.
Como en cada país que conquistamos con nuestros “derechos”, las empresas occidentales han impuesto sus intereses a costa de expoliar los recursos y perjudicar, usando su metodología habitual, a la población india. Determinadas compañías usurpan terrenos y recursos a las poblaciones tribales y son capaces de comprar a dirigentes, a jueces, a medios de comunicación y hasta a algunas ONG y agencias de ayuda humanitaria.
India es otra mal llamada democracia donde los privilegiados, de los que se nutren las clases políticas y empresariales que viven el estilo de vida occidental se imponen sobre casi mil millones de ciudadanos marginales.
La globalización nos hermana en la pérdida de los derechos, en la miseria, en la perplejidad ante la deriva catastrófica de intereses mercantiles.
La corrupción del gobierno indio nos recuerda nuestra propia corrupción. Las sagradas democracias se han convertido en un eufemismo de las políticas económicas neoliberales que no entienden de culturas ni fronteras.
La sociedad de mercado tiene en sus manos una herramienta de neutralización o alienación a través de los medios de comunicación, sobre los cuales cae el peso de análisis y creación de círculos de opinión.
¿Hasta qué punto nos manipulan quienes nos hablan de India como una economía emergente? ¿Por qué inevitablemente transformamos, en nuestros discursos de “progreso”, a las personas en economías?
No creo que seamos un ejemplo a imitar ni mucho menos recomendar. Otro tipo de vida es posible. Otro tipo de vida en la que el bienestar y la felicidad está en otra parte. En algún lugar que Occidente aún no ha encontrado. Quizás en todas aquellas que Arundhati Roy llamaba “pequeñas cosas” y que, quizás, podremos hallar, intuir, sentir… mientras nuestros pies recorren nuestros propios paisajes internos.
India ha sido solo el principio de un viaje hacia dentro. Hacia un lugar único pero inevitablemente vinculado a lo común
Seguiremos escribiendo sobre él.
No puede ser más sinceró y más precioso el post. El año próximo voy a aprender de Colombia y su ciudadanía, y está claro que voy a hacer el curso de comunicación social antes de irme. Cracks,humanas y sintiendo desde el corazón. Parece mentira que fué ayer cuando hablé con vosotras,y estabáis empezando con diseño social, pedazo pasión, amas!!!!
Me ha encantado leer este post, brillante el texto y magnificas las reflexiones, has puesto en palabras lo que he sentido y siento cada vez que viajo a India. geacias
Bien regresadas! Y en contra de la turistificación de la vida: http://carolina.lasindias.com/el-turista-de-la-vida-anodina