Cada verano tengo la oportunidad de asistir a varias citas al otro lado del Atlántico. Una para colaborar con la Universidad Rafael Landívar en Guatemala, la Universidad de Mendoza de Argentina, con los compañeros de DIRCOM en Ecuador y varias en los FabLab de Córdoba (Argentina). ¿Motivo de la visita? América Latina, con sus 650 millones de habitantes, es un continente a veces olvidado por los españoles, pero donde se están planteado importantes preguntas éticas de las que debemos participar y aprender.
Los latinoamericanos son cada vez más conscientes de los grandes desafíos éticos planteados, en pobreza y desigualdad, a los que se pueden sumar otros como la situación de discriminación de las poblaciones indígenas, de género o la falta de atención a los discapacitados y a los ancianos. En encuestas como el Latinobarómetro, el 89% de los habitantes de la región rechaza los elevados niveles de desigualdad. Hay necesidad y ganas de cambio. Y las empresas y emprendedores sociales van a ser la clave de este cambio.
Las sociedades civiles han aumentado sustancialmente sus niveles de articulación ética y participación ciudadana. Se ha desarrollado un tejido social cada vez más denso a través de movimientos sociales de toda índole.
La opinión pública latinoamericana está integrando a la agenda colectiva la exigencia de más responsabilidad social corporativa. Aumentan las ONG dedicadas al tema, su cobertura en medios masivos, las audiciones y espacios sobre ella, pero sobre todo, la conciencia de los consumidores, que exigen a sus empresas que la practiquen para poder sentirse identificados con ellas.
En mis viajes pude conversar con distintos profesionales latinoamericanos que, conscientes de su realidad y su contexto, analizan la comunicación y su poder en pro del desarrollo y el cambio social. Buscan así nuevas fórmulas que contemplen el contexto actual sin perder de vista la crítica objetiva y analítica.
Desde ella nacen las expectativas básicas, como que las empresas traten bien a sus empleados, brinden al consumidor productos de buena calidad a precios razonables, cuiden el medioambiente, tengan buen gobierno corporativo y se involucren activamente en problemas críticos para la sociedad, empezando por hacerlo en su entorno geográfico inmediato. En definitiva, entender que las empresas son un ente orgánico que debe integrarse en una comunidad respetando sus valores.
Se está abriendo también una visión avanzada de la responsabilidad social corporativa en el diseño. Hay un sector en crecimiento dinámico, y muy esperanzador, que ha ingresado en la responsabilidad empresarial. Sus aportes puntuales a causas de interés público aumentan, aun cuando siguen siendo mucho menores de lo deseable.
“La misión del diseñador hoy pasa por activar y sostener procesos de cambio social. Para ello, el primer paso es asumir la innovación social como un punto de partida y utilizar las habilidades y capacidades específicas de los diseñadores para proponer una nueva orientación de los productos y la innovación de servicios.
»El segundo es considerarse a sí mismos como parte de la comunidad con la que se colabora. El diseñador asume cada vez más el papel de facilitador en el proceso de aprendizaje y de apoyo de las habilidades del diseño. En otras palabras, su campo de acción se aleja cada vez más de la figura del diseñador tradicional en favor de la de un agente que trata de hacer que una serie de actividades orientadas sucedan y de asegurarse de que las personas interesadas participen en ellas, y lo hagan creativamente.
»Se convierte en un facilitador del proceso que actúa ‘con herramientas de diseño’, por ejemplo, generando ideas sobre posibles soluciones, visualizándolas, argumentándolas, planteándolas en amplios y diversos escenarios, presentándolas de un forma concisa, visual y potencialmente participativa.
»¿Su mayor cualidad? El diálogo. Diálogo que significa escucha, ideas propias e intercambio de ideas”.
—Ezio Manzini
El diseño es visto por algunos no solo como una habilidad profesional, sino una competencia humana básica. Se ha dicho que muchos de los problemas sociales actuales podrían mejorar si se abordaran con actitud de diseño. “Diseño para el cambio social” es una frase que se escucha cada vez más. Parece la solución para todo problema social, desde la pobreza a la contaminación. Sin embargo, para ser eficaz como un medio para el cambio social, se requiere una cierta masa crítica de ciudadanos con las competencias, destrezas y habilidades propias de los “pensadores de diseño”.
Algunas empresas están dando, o ya han dado, el salto de la filantropía a una visión amplia de la responsabilidad social corporativa que incluye los temas antes mencionados, lo que significa ponerla dentro de sus políticas corporativas y asignarle recursos estables; e incluso algunos emprendedores sociales, integrándolas en su Core Business.
Es, a partir de la comprensión del contexto y su importancia para comprender los problemas de comunicación y la manera de solucionarlos, así cómo la comunicación en Latinoamérica crea nuevas corrientes de estudio entorno a la comunicación, siendo el principal foco el desarrollo y el cambio social, más allá del “empoderamiento” planteado en la política.
La opinión pública latinoamericana está integrando en la agenda colectiva la exigencia de más responsabilidad social corporativa
Los progresos son, sin embargo, reducidos frente a lo que se necesita. Hay un extenso camino por andar en este tema ético clave.
La pobreza constituye, como señaló repetidamente el papa Juan Pablo II (1998), una violación de derechos humanos fundamentales. En sociedades con tantas posibilidades como las latinoamericanas es inadmisible que tenga tan amplias proporciones.
Entre otras paradojas, América Latina produce alimentos para tres veces su población y, sin embargo, el 16% de los niños padece desnutrición crónica y hay 53 millones de desnutridos. A pesar de su enorme potencial de aguas limpias, 50 millones de personas carecen de agua potable. Casi uno de cada cinco latinoamericanos viven en infraviviendas de extrema precariedad.
Los factores incidentes son múltiples y varían según la historia de cada país, pero la mayor parte de los países presenta un signo común: las enormes disparidades. Tienen el peor coeficiente Gini de desigualdad en la distribución del ingreso. Las distancias entre el 10% más rico y el 10% más pobre van desde 30 a 60 veces según el país. En Noruega son de 6 veces.
La desigualdad se presenta no solo en los ingresos, sino también en el acceso a la tierra, donde el coeficiente Gini es aún peor, y en diversas dimensiones más. El Banco Mundial (2004) plantea:
“América Latina sufre de una enorme desigualdad […] se trata además de un fenómeno invasor que caracteriza cada aspecto de la vida, como el acceso a la salud, la educación y los servicios públicos; el acceso a la tierra y otros activos; el financiamiento de los mercados de crédito y laborales formales y la participación e influencia política”.
La elevada desigualdad genera cotidianamente “trampas de pobreza“: los niños de familias pobres tienen riesgos graves de salud y desnutrición, trabajan, no completan la secundaria y, sin ella, quedan fuera de la economía formal.
Temas como la promoción de los valores constitucionales, de promoción de los derechos humanos, de asistencia social, de cooperación para el desarrollo, de promoción de la mujer, de promoción y protección de la familia, de protección de la infancia, de fomento de la igualdad de oportunidades y de la tolerancia, de defensa del medio ambiente, de fomento de la economía social o de la investigación, de promoción del voluntariado social, de defensa de consumidores y usuarios, de promoción y atención a las personas en riesgo de exclusión por razones físicas, sociales, económicas o culturales, y cualesquier otro de similar naturaleza, se aúnan en una preocupación social latente que demanda nuevos lenguajes y formas.
La demanda social viene logrando cambios significativos en términos éticos en varios países. El nuevo interés en la ética aplicada a la economía se refleja también entre múltiples manifestaciones en los altos niveles de credibilidad que hoy tienen las organizaciones no gubernamentales y los emprendedores sociales. Sin duda, más allá de las leyes que ayudan al desarrollo de prácticas empresariales más éticas, el poder del cambio lo ostentamos los consumidores, pero pocas veces somos conscientes de nuestra responsabilidad.
Cada uno de nosotros debe ganar su batalla y empezar a vivir una vida más coherente a sus ideales y su ética. Lo que hacemos cada día marca la diferencia. Aquello que compramos y lo que no, cómo tratamos a los demás, qué conversaciones tenemos o qué comentarios consentimos en nuestra presencia, qué ropa vestimos o incluso qué comemos.
En efecto, según indica The Economist, el 1% de la población mundial es actualmente propietario del 43% de los activos del mundo. El 10% más rico posee el 83% de los mismos. Por otra parte, el 50% de la población mundial con menos ingresos tiene el 2% de los activos. La encíclica vaticana llama a esta situación “el escándalo de las disparidades hirientes”.
Está surgiendo una industria colaborativa y multisectorial, y ya existen casos de innovación social que resuelven problemas de acceso a los servicios básicos a millones de personas.
Para que una iniciativa pueda llegar a “escalarse” se requiere, en muchos casos, una dinámica compleja entre varios actores económicos: donantes que apuestan con capital inicial, gobiernos que ajustan el marco regulatorio e inversores que valoran el impacto social. A medida que este ecosistema está cada vez más desarrollado, van proliferando en distintas partes del mundo una serie de iniciativas que llegan a tener un impacto considerable.
De gira por #Argentina colaborando con el Ecosistema Emprendedor y los FabLab 😉
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La economía está a punto de cambiar, pero aún no está claro cómo. Lo que está claro es que el liderazgo moral e intelectual es esencial. Esta crisis internacional es una oportunidad valiosa para comenzar a construir la hoja de ruta para un nuevo modelo de la economía sostenible, fundada en el bienestar humano.
Se necesita una agenda ética en la economía para encarar estas y otras contradicciones inadmisibles moralmente, y fracturadoras de la cohesión social. Entre sus dimensiones centrales deben hallarse algunos de los temas que se sintetizan.
Con frecuencia hay un trade off latente que solo se explicita cuando el desarrollo no se mide únicamente con el producto bruto, sino con indicadores más amplios, como los que propone la comisión y anteriormente el paradigma de desarrollo humano de la ONU tal y como se expuso en las Jornadas Internacionales de Comunicación Responsable.
Se necesita una agenda ética en la economía para encarar contradicciones inadmisibles moralmente y fracturadoras de la cohesión social.
El nuevo interés en vivir de un modo más armónico ha llevado a múltiples movimientos y al deseo de aprender de experiencias como la hoy muy visitada de Bután, el único país del mundo donde se mide sistemáticamente la felicidad interior bruta que produce la sociedad anualmente.
La demanda social de responsabilidad social de la empresa privada crece a diario. Aumenta la presión de los pequeños inversionistas ansiosos con razón después de los graves daños que les produjo la irresponsabilidad de políticos y grandes empresas, de los consumidores responsables que tienden a preferir cada vez más los productos de empresas con alta responsabilidad social corporativa y de la sociedad civil en general.
¿Qué influencia ejercemos las ONG?
El mundo de las ONG viene expandiéndose y hoy, según las mediciones de la John Hopkins University (Salomon, 2003), somos la octava economía del mundo en producto bruto. Según las estimaciones preliminares del Primer informe mundial sobre el voluntariado preparado por la ONU en 2011, los voluntarios suman ya mil millones. Estos marcan la diferencia a diario brindando solidaridad directa con calidez, calidad y compromiso. Ello nos ha llevado a encabezar las tablas de credibilidad en múltiples países.
Además de su efecto directo, somos una escuela de preparación moral en la acción para los jóvenes y gozamos de gran aceptación entre ellos. Contribuimos directamente al nivel ético de la sociedad al constituirnos en un modelo de conducta altruista. Sin embargo, aún queda demasiado por hacer y desde luego, por hacer mejor.
"Diseño social no es diseño low cost" #ForoCR pic.twitter.com/av0TL8AM6z
— Foro CR (@ForoCR) October 2, 2015
Nuestra época requiere conciliar economía y ética, pero de forma urgente y concreta. Toda la sociedad debería exigir e impulsar una renovación del paradigma de desarrollo, que avance hacia uno integral e inclusivo, la responsabilidad social de las políticas públicas, la responsabilidad social corporativa, la movilización del capital social a través del fortalecimiento del voluntariado y otras expresiones, como la profundización del compromiso social de las universidades, el apoyo a la gran tarea comunitaria de las organizaciones basadas en la fe y el respaldo a los emprendedores sociales.
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