Hipocresía: Del gr. ὑποκρισία hypokrisía.
1. f. Fingimiento de cualidades o sentimientos contrarios a los que verdaderamente se tienen o experimentan.
Es decir, la hipocresía es la actitud constante o esporádica de fingir creencias, opiniones, virtudes, sentimientos, cualidades, o estándares que no se tienen o no se siguen. Y, al parecer, este sentimiento ya lo conocían los griegos, ya le pusieron nombre y, en más de 2000 años, aún no hemos conseguido erradicarlo de nuestras vidas o nuestra sociedad.
Hace unos días nos llegó a través de las redes sociales esta imagen. Era una propuesta sencilla, escribir una historia triste con solo tres palabras. Y esta fue nuestra respuesta:
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«Somos unos hipócritas», porque si no lo fuéramos, si realmente quisiéramos ser como el bueno de las películas, como los héroes reales cuyas vidas observamos desde el sillón de casa en los documentales, porque si no justificáramos a nuestros políticos, nuestras compras, nuestras vidas o incluso nuestros actos más ruines, quizás, y solo quizás, la historia actual no sería tan triste. Y, por supuesto, nos incluimos en ese «nosotros» que está permitiendo que el sufrimiento y muerte de millones de personas no sea suficiente para iniciar los pasos del cambio social.
«Pasará mucho tiempo, seguramente, pero seremos juzgados como genocidas y las próximas generaciones se avergonzarán de nuestro comportamiento. Seremos un ejemplo en las clases de historia sobre la inhumanidad de nuestra sociedad y la violación constante de los derechos humanos» —Luis Gonzalo Segura
Elijan los motivos que crean más acertados. Y, mientras tanto, algunos se siguen llevando las manos a la cabeza preguntándose porqué en un instituto cualquiera, ningún estudiante hace nada cuando los «abusones» maltratan a un otro más débil o simplemente diferente.
¿Racismo? No seas hipócrita, es aporofobia
Ya estamos cansados de escuchar que el problema es el «racismo» o la «xenofobia» o la «islamofobia» o cualquier otra fobia que enmascara la realidad. No seamos hipócritas, no es racismo, es aporofobia.
Aporofobia es miedo a los pobres, pero también, repugnancia u hostilidad ante el pobre, el sin recursos, el desamparado.
El término aporofobia fue acuñado por la filósofa Adela Cortina (hay que leer más cosas de esta mujer) en una serie de publicaciones en las que diferenciaba esta actitud de la xenofobia (que solo se refiere al rechazo al extranjero) y del racismo (que es la discriminación por grupos étnicos).
Se trata de un neologismo que la Real Academia Española, curiosamente, no se ha dignado en incluir dentro de su diccionario (y sí, lo recuerdan bien, pechamen, culamen o canalillo sí han sido incluidas recientemente). Saquen sus propias conclusiones aunque este listado de hnombres nos puede ayudar a entender parte del problema.
La diferencia clave entre aporofobia y racismo, según algunos autores, está en el hecho de que hay sociedades que no les importa aceptar a inmigrantes o a miembros de otras etnias siempre y cuando estas cuenten con buenos recursos económicos, fama u otros bienes.
Que no te vuelvan a confundir. No tenemos ningún problema con los petrodólares árabes o los deportistas de raza negra.
No es racismo, es aporofobia.

¿Nos seguimos guiando por el miedo para construir un mundo mejor?
En España nos encanta utilizar refranes para apelar a la «sabiduría universal». Un refrán es un dicho anónimo de carácter sentencioso que alimenta el imaginario colectivo y el saber popular. Y este «saber popular» nos dice cosas como:
- Virgencita, virgencita, que me quede como estoy.
- Más vale pájaro en mano que ciento volando.
- Más vale lo malo conocido que lo bueno por conocer.
Y como podríamos seguir así hasta aburrir, en lugar de transcribirlos tal cual, interpretemos cómo nos influyen. Estos refranes nos sugieren, entre otras cosas, que más vale que nos sigan robando los mismos de siempre (los de la nobleza, los poderosos, las grandes empresas, los políticos…) a perder ese poder adquisitivo estableciendo un sistema social más equitativo.
Algo así como que prefiero que Endesa o Gas Natural sigan subiendo sus tarifas e inflando los bolsillos de sus inversores a que esas tarifas hubiesen subido porque establezcamos que todo el mundo tiene derecho al acceso a la energía mínima que le permita vivir dignamente. Y seguro que en tu mente surgen más ejemplos similares a este.
Nos daría miedo porque se trata de algo que no conocemos. Y preferimos sostener ese sistema que aborrecemos quizás por la «indefensión aprendida«, o la «teoría del shock» o las «zonas de confort«, o el «síndrome de Estocolmo«… o simplemente porque somos unos cobardes.
El escritor Sergio Fernández no es santo de nuestra devoción, pero, sin duda, tiene más razón que un santo (otra curiosa secuencia de frases de nuestra «cultura popular», eh!) cuando dice que: «siempre que tomamos una decisión, debemos elegir si la tomamos desde el amor o desde el miedo».
Construyamos una Europa, y cuando digo Europa no hablo solo de países, o consejos de estado, o partidos políticos, sino de mucho más, de las pequeñas comunidades de las que todos formamos parte, en las que las decisiones se empiecen a tomar desde el amor y no desde el miedo. No porque los refugiados, los parias o los pobres lo merezcan. Porque nuestros hijos lo merecen.
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Por respeto, hemos usado solo viñetas gráficas para acompañar el texto (pinchando en ellas podrás acceder a sus creadores). No hemos querido incluir en este artículo las terribles imágenes o vídeos de refugiados en nuestras fronteras, ni tampoco las de compatriotas europeos a los que excluimos socialmente privando de educación, sanidad, vivienda y trabajo dignos. Esas imágenes ya deberían estar grabadas a fuego en nuestros ojos. Ahora solo queda que se graben en nuestros corazones.
[…] No seas hipócrita: no es racismo, es aporofobia […]
[…] tener claro cuales son “los enemigos” en esta lucha legítima por ascender socialmente: los otros pobres que también aspiran a lo mismo. El fascismo se nutre de este odio […]